miércoles, 23 de febrero de 2011

Los Sucesos del Atrio, cuando en Mercedes las mesas electorales también "se defendían a los tiros"


Los hechos que narra el poema de Raúl Ortelli se inscriben en la historia nacional dentro del período de los Gobiernos Oligárquicos. En esta etapa de nuestra historia, la Argentina se integró a la División Internacional del Trabajo como productora de materias primas y alimentos para la industria europea, a la que compraba casi exclusivamente sus manufacturas. Este modelo económico denominado agro-exportador favoreció la formación de una elite terrateniente dedicada mayormente a la producción ganadera, que se benefició de la posesión de enormes latifundios formados luego del exterminio de los pobladores originarios, y del posterior reparto de grandes extensiones  entre las familias más influyentes, y que conformaron enormes fortunas gracias a la  exportación de carne y con el arriendo de parcelas a agricultores de origen inmigrante.
Los integrantes de esta elite se veían a sí mismos como los verdaderos hacedores del progreso técnico y los únicos capacitados para dirigir políticamente al país. El liberalismo económico al que adhería este sector minoritario pero poderoso, derivó en un conservadurismo político. Idearon entonces diferentes métodos para sostenerse en el poder y conservar el gobierno dentro de su clase social. En primer lugar, conformaron un Partido de Notables como el P.A.N. (Partido Autonomista Nacional), que no funcionaba orgánica ni democráticamente, sino que algún personaje de la elite ejercía el poder local en forma paternalista y discrecional, y los “notables” de las provincias y de la Capital se reunían en vísperas de las elecciones y se repartían entre ellos y sus allegados los cargos públicos de todo tipo.
 En segundo término, se practicaba el Fraude Electoral. La ley electoral vigente en esos tiempos no establecía la existencia de padrones, por lo que una misma persona podía votar varias veces en diferentes destritos. Generalmente, los patrones de estancia obligaban a sus peones rurales a votar a los candidatos de la elite y los arrastraban en masa por distintas parroquias. Al llegar al atrio el capataz anunciaba a quién votaban todos los peones y sólo se contaban los votos, sin registro alguno de los datos de quienes sufragaban. Si algún esclarecido llegaba solo a la mesa electoral y manifestaba su intención de votar a un candidato opositor, el presidente de mesa, que siempre era del partido gobernante, solía decirle: “Usted ya votó”, ante lo cual debía retirarse si quería evitar ser detenido. Por tal motivo, los opositores al régimen oligárquico que representaban a sectores populares solían formar grupos numerosos y asistir armados a las parroquias. Se afirma en este sentido que en aquella época las mesas electorales “se defendían a los tiros”.

En esos tiempos, Mercedes no era la excepción a la regla, y así relata Don Raúl Ortelli


“Los Sucesos del Atrio”

27 de marzo de 1898.
Una mañana soleada de cielo claro.
La fronda caduca de la arboleda ciudadana
vestía las calles de amarillo oscuro,
cubriendo las almas románticas de suave melancolía.
Pero la transparencia bellísima del cielo otoñal, 
que en estas latitudes es más bello que la primavera, 
contrastaba con algunos malos presagios circulantes en la ciudad.
No se había consultado ningún oráculo.
Más a la gente se la veía angustiada y temerosa.
La noche del 26 el villorio había tenido sobresaltos
y la ruta del insomnio determinó que cada cuarto de hora
se oyera, claro, el grito de los soldados del murallón carcelario:
¡Centinela alerta!
¡Alerta está!
O el de los serenos rondando las calles alumbradas a kerosene,
con activo cuartel nocturno en 21 y 26:
¡Las once han dado y sereno!
¡Las once y sin novedad!
O el primer canto del gallo,
dado generalmente a las tres de la mañana.

Es que se vivían vísperas de elecciones.
Mitristas y vacunos iban a sacarse chispas,
en el trance decisivo de ganar
una banca en la legislatura provincial.
Los mitristas eran gobierno y esto
les acordaba el derecho de elegir al Presidente del Comicio.
Hecho el anuncio de que el cargo sería desempeñado por Damián Monez Ruiz,
avanzó un hombre del bando opuesto:
Don Isidoro López, más conocido por El Oriental,
a quien la contraparte proclamaba para igual cometido.
Él lo dijo a viva voz: El Presidente soy yo…
Y sus parciales lo ratificaron con un aplauso.
Lo cierto es que por un impedimento de la ley
no podía darse el caso de una presidencia bicéfala.
Y así, a las nueve de la mañana quedó planteado el conflicto.
Un tire y afloje que habría de terminar muy mal.
Allí, ciertamente, había un nudo gordiano.
Faltó, como en el caso legendario,
el hombre capaz de cortarlo a tiempo de un hachazo…

Y todo se desarrollaba dentro de una atmósfera
cargada de pasiones, de enconos y hasta de odios.
¡Atrio de la vieja iglesia de Mercedes!
Escenario propicio para tanta sangre
¡Como salpicó su piso y sus paredes!
La colmaba gente de todo pelo con exhibición de armas.
Nunca se vieron dagas tan largas,
ni facones tan impresionantes,
ni cuchillos tan bien afilados,
ni trabucos de bocas tan enormes…
¡Nunca se vio simultáneamente tanto miedo y tanto coraje!
Pareció como si el diablo hubiera lanzado tanta amenaza sobre el lugar, 
habitualmente frecuentado por viejecitas, niños, el pueblo íntegro, 
piadoso entonces de prácticas diarias.
A pesar de todo el Comisario Coronel,
llegado la noche anterior no cejaba en sus esfuerzos de pacificación.

Frente al Atrio mismo:
Tres vigilantes de a caballo y uno en cada esquina,
aparte de las fuerzas de infantería.
En el medio de la plaza,
la compañía de guardianes de cárceles, con armas largas,
en los balcones del Cabildo gente atrincherada
armada a Remington,
lo mismo que sobre los techos de la Iglesia
igual que tras las celosías de la recova.
Y por allí, ubicados en las mesas del Atrio
o moviéndose por todos lados hombres de guapeza probada:
Dolores Flores y Sebastián Lucero, Maldonado y El Oriental,
Cuadrelli, Carrizo, Roldán y Tristán Martínez.
Además algunos forasteros: Lovería, Seara, Celaya, Cancelo,
todas personas del pago chivilcoyano.
Serían probablemente del grupo vacuno,
pero también había de los otros porque el mitrismo era todavía
una fuerza cívica muy poderosa de mucho arraigo en el pueblo.
Los Partidos Populares se integraban por los vacunos,
los de la Unión Cívica (luego radicales) y por otros núcleos
de acción permanente o esporádica.
Los grupos de tres o cuatro eran muchos. Por allí, muy jóvenes:
Salvador Lego, más tarde Intendente Municipal, Vicente Rementería,
Manuel e Inocencio Lagranda, Esteban Gastaldi, Ubaldo Ferrer,
más tarde Intendente Municipal, Luis Chapuis, Miguel Otamendi,
Venancio Luna, José Prando, Intendente Municipal, a la sazón,
Luis Salgado (director de El Orden, órgano mitrista,
La Ley de los Caracoche aparecería meses después),
Pastor Irrazábal, Ricardo Aramburu y muchos otros.
En el almacén Candeyra: 24 y 27, el Dr. Leopoldo Ojea, jefe del mitrismo
con otros hombres representativos.

Aquella mañana la sangre hervía en las venas
con ansias locas de darse hacia fuera…
Impotente para contener el desborde el Comisario Coronel
logra una comunicación telefónica con el Jefe de la policía
y de ello resulta: La ley ha de cumplirse con esta triple orden:
Desalojar el Atrio por la fuerza,
reconocer como Presidente del Comicio al candidato oficial,
y tras esto abrir cauce al acto eleccionario.
De viva voz aquel hombre da a conocer las instrucciones.
Sucede aquí un silencio impresionante de escasa duración,
interrumpido por José C. Acosta,
quien de pie en una silla da este grito:
¡Vivan los Partidos Unidos y Populares!
Es el grito que desata la tragedia, pues a su conjuro
el torrente de violencia rompe las compuertas…
Y en ese mismo instante Acosta
cae, fulminado por un disparo hecho de atrás.
Enseguida se generaliza un nutrido tiroteo:
Tira la gente que está en el Atrio.
Tiran los guardiacárceles con sus armas largas.
Tiran desde las arcadas del Cabildo.
Tiran desde la balconada de la recova.
Tiran desde los Altos de Torroba y desde los Altos de Fresno.
Las paredes cercanas quedan acribilladas a balazos.

Era casi medio día.
De las mujeres que habían quedado en sus casas
unas atrancan las puertas y otras salen en busca de los seres queridos.
¡El terror humano había ganado las calles!
Mientras el suave sol de otoño, hueco de odio,
alumbraba la escena con sublime inocencia.
En el interior del templo se encuentran Flores y López
para batirse sin miedo a tiro limpio…
Y así en tanto López resulta con una mano destrozada,
Flores recibe una grave herida en la ingle.
¡Ni el respeto al sagrado recinto pudo contener la fiebre homicida!
Sobre la puerta que daba de la Iglesia a la Casa Parroquial,
ya muero, atravesado, está Jorge Coglan, en tanto
agonizan en el Atrio, Hilario Otamendi y José C. Acosta,
Este último des veces Intendente municipal.
Los heridos graves: José Arce, Ramón Lavallén, Vicente Rivelli,
Arturo Brown y Pedro Otamendi, años después
el gran caudillo conservador.
En medio de semejante escena la increíble nota humanitaria:
Cierto individuo, facón en mano,
comienza a recorrer el Atrio para degollar a los heridos.
En su juventud (más allá del 70) había estado
en los entreveros jordanistas-urquicistas de Entre Ríos,
donde fue común despenar a los heridos.
Pero en el Atrio está Sebastián Lucero:
Cuchillero sin miedo, de hachazo pesado y puñalada honda,
como así hombre caballeresco y comprensivo
quien dijo al otro con gesto autoritario y ya trabuco montado:
¡No carajo! ¡A los heridos no!
¡Sombras ensangrentadas de Hilario, de Acosta y Coglan!
¡Fueron los mártires de un apasionado ideario político!
Sus recuerdos cubren una página dolorosa en el historial mercedino,
episodio registrado en una hora en que el culto al coraje
no era una palabra sin sentido, sino consigna y destino
para hombres románticos, capaces de jugar la vida,
como la jugaron, en cualquier atajo del camino.
No importaba el partido a que pertenecieran,
porque frente al caso todos respondían igual.
No importaba cómo se llamaban ni su clase social.
Sólo contaba no recular ante nada ni ante nadie.
La anécdota recuerda al gran tribuno Adolfo Alsina,
enfrentando daga en mano,
El brazo izquierdo protegido por el poncho,
a tres caballeros que lo hicieron objeto de provocaciones.
Al final los pendencieros se marcharon, en tanto Alsina envainaba la daga
y seguía su camino hacia el aristocrático Club del progreso.
No importaban ni el encumbramiento ni la humildad.
Porque eran otros los factores en juego.
En Navarro fue Moreira enfrentando al Dr. Marañon.
Aquél – matón y provocador – a la manera bárbara de aquellos tiempos.
El segundo un hombre respetable, salido del claustro universitario.
Veinte años antes lo había sido Juan Cuello,
peleando noche a noche contra la Mazorca.
En el Atrio de Mercedes, un marzo cálido y poético,
el destino jugó igualmente con vidas como las de Hilario y Coglan,
dos muchachitos (20 años) de elevada posición social.
Es que no era – reiteramos – el caso de privilegiados o desamparados.
Era el caso de hombres, a los que el medio ambiente, bravío,
había trasvasado su propio carácter.
Los hombres se jugaban la vida en el Atrio.
Y así fue en Chacabuco, en Lobos, en Navarro,
o en Areco, hasta la llegada en 1912 de la Ley Sáenz Peña,
que lo proscribió para siempre
en quehacer político de aquellos tiempos.
Lo que no podrá impedir, seguramente, que en noches serenas de marzo,
las sombras de aquellos hombres,
volviendo desde el fondo del pasado, paseen por el Atrio,
lugar histórico de tan tremendo suceso.

Fuente: Raúl Ortelli, La Valerosa y Los Sucesos del Atrio, dos poemas sobre la historia de Mercedes, Municipalidad de Mercedes, Dirección de Cultura, 1977. 









3 comentarios:

  1. Excelente articulo Sergio. y excelente blog al que caigo a traves de googlear sobre la historia mercedina. Un abrazo. FEDE LIFSICHTZ

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  2. Interesantísimo. Gracias por publicar.

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  3. Mi abuela, Martina Gabriela Echaguibel, tenía 14 años cuando sucedieron estos hechos, magistralmente relatados por Don Raúl Ortelli. Era la hija menor de Pedro de Echaguibel y Antonia Navarro, los dueños de la fonda y frontón de los Echaguibel, que creo estaba ubicada en 10 y 29. Amé esta historia y me hubiera gustado conocer como la vivieron ellos. Gracias por compartirla.

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