sábado, 5 de marzo de 2011

Una baldosa en memoria de "Curro" Iriart


Una mirada a nuestro pasado

La Argentina, país de desarrollo desigual y deformado, con una injusta distribución de la riqueza, hecho a imagen y semejanza de los dueños de la tierra y sus necesidades, que lo proyectaron al mercado mundial como agro-exportador de acuerdo a las necesidades de la metrópolis y la División Internacional del Trabajo, quedó encorsetado en una relación de dependencia, con Gran Bretaña primero y con los EEUU después. Esto conformó las clases sociales y sus relaciones, los valores y símbolos del pensamiento nacional y cristalizó factores de poder restringiendo la participación de la mayoría en las decisiones políticas y en la distribución de la renta con el fraude o la represión. Una de sus principales herramientas fue la constitución de un ejército disciplinador de las provincias, autor del genocidio indígena, partícipe del genocidio paraguayo y con un rol de represión interna antes que de resguardo de la soberanía. Así, en la consolidación del Estado institucional, muy atrás habían quedado los ideales del ejército sanmartiniano.
La historia de nuestro país ha estado jalonada por golpes de Estado y asonadas militares, en los que el ejército funcionó como partido militar, con capacidad de imponer a la sociedad su fuerza represiva, erigiéndose en custodio ideológico del “ser nacional”, la moral cristiana y reaseguro contra el peligro comunista, llamado a dirimir en beneficio de las clases dominantes en cada crisis de gobernabilidad que generaban las luchas sociales por la distribución de la renta.
Desde 1930 a 1983, fecha de finalización del último gobierno de facto, hubo 23 años de dictadura militar, 14 de los cuales transcurrieron en las décadas de los ’60 y ’70, se produjeron seis golpes de Estado, corporizados en 13 dictadores supremos. En todas las décadas hubo un golpe de Estado, golpes que no fueron pensados en los cuarteles precisamente, sino en los escritorios de los sectores de poder en consonancia con los modelos económicos implementados. Tres de estos golpes de Estado – 1930. 1955 y 1976 – han venido a cortar etapas de auge en los procesos cíclicos de las luchas sociales, relacionadas con la demanda de mano de obra y la conformación de clases sociales, ambas como consecuencia de los modelos económicos aplicados y la desigual distribución de las ganancias que producía el trabajo colectivo.
El golpe de 1930 fue el cierre represivo de un proceso de luchas iniciado con conformación de clases sociales a principios del siglo pasado, con la promoción de la inmigración europea realizada desde el Estado por la necesidad de mano de obra para el campo, dos sectores sociales organizados en el trabajo que, a pesar de la prosperidad económica, no participaban de la ganancia, comenzaron a modificar el modelo. El sector de los obreros urbanos y rurales, de filiación anarquista y socialista que propiciaban cambios estructurales del modelo oligárquico y que fueron brutalmente reprimidos ya en los gobiernos constitucionales y expulsados por la infame Ley de Residencia. El sector de los trabajadores de servicio y profesionales que conformaban la inicial clase media y que presionó para la participación política en las decisiones, llegando al gobierno con sus reivindicaciones en el yrigoyenismo que propiciaba una reforma del régimen. En 1930 la oligarquía retoma la iniciativa política con el golpe de Estado y define el modelo económico para la llamada “Década Infame”.
El golpe del ’55 es otro cierre represivo a un proceso de auge de luchas protagonizado por los trabajadores surgidos en la inmigración interna en el proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), en consonancia con el nuevo modelo de acumulación de capital: el llamado “Estado Benefactor” impulsado desde EEUU Una nueva clase social se convertía en protagonista de la historia y lograría su mayor grado de reivindicaciones sociales y económicas. La expresión política del modelo de desarrollo económico y de ese movimiento fue el peronismo. El golpe del ’55 sería el último intento de la burguesía agraria por mantener un rol hegemónico en el bloque dominante coincidente con una nueva División Internacional del Trabajo, el fin del “Estado Benefactor” y la expansión de las grandes empresas internacionales que comenzarían a instalarse en el país.
En las décadas del ’60 y ’70, con la moneda subvaluada, las empresas transnacionales lentamente concentraban y desnacionalizaban el capital y la producción. El nuevo modelo requería de un Estado fuerte y la dictadura de Onganía (1966) vino a cumplir ese rol en el marco de la “Doctrina de la Seguridad Nacional” para América Latina que, junto con el golpe en Brasil (1964), sería el avance de la ofensiva represiva lanzada en la década siguiente.
Pero América Latina se encontraba en un proceso de alza de luchas sociales, favorecidas por un contexto internacional propicio: las movilizaciones obreras y estudiantiles en Europa, el movimiento negro con la conquista de los derechos civiles y el movimiento pacifista frente a Vietnam en EEUU, los levantamientos de Hungría y Checoslovaquia en el bloque soviético, el Concilio Vaticano II y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM), la independencia de Argelia, la Revolución Cultural china propiciada por Mao, los movimientos independentistas de liberación nacional en África y los movimientos revolucionarios en América Latina bajo el impulso de la Revolución Cubana y la imagen revolucionaria del Che. Una época de rupturas y libertades, con diversas expresiones contra-culturales pero, sobre todo, un movimiento social promovedor de una ética solidaria profunda, que a la idea de libertad, justicia e igualdad, le enfatizaba el respeto a la dignidad humana, a su cultura e identidad, valoraciones que dejarían una impronta del momento histórico-social que marcó a fuego a más de una generación.
En la Argentina estos hechos fueron conformándose en símbolo para esas generaciones que se sintieron protagonistas del momento histórico-social que vivieron y alimentaron particulares ilusiones y esperanzas de modificar la realidad, de transformarla desde sus raíces de injusticias con el mayor desprendimiento del interés personal. La efervescencia política, social y cultural de esos años, no podía ser encorsetada en el corporativismo militar de la dictadura. La reflexión crítica, la resistencia y la rebelión se expresaban en todos sus ámbitos. A las condiciones internacionales se agregaban factores locales, largos períodos dictatoriales, proscripción del peronismo, dominio monopólico y deterioro de las condiciones sociales, de los derechos de los trabajadores, de la autonomía universitaria, censura, persecución a la libertad de pensamiento, represión, torturas, cárceles y asesinatos, que inducían a actitudes beligerantes y fueron legitimando la utilización de la violencia contra la dictadura.
Hacia fines de los ’60 surgen la mayoría de las organizaciones armadas en un marco de movilización permanente y resistencias poblacionales a la dictadura, generadas por graves hechos represivos. Baste recordar: “la Noche de los Bastones Largos” (29/7/66), la rebelión estudiantil en Córdoba con el asesinato del estudiante Santiago Pampillón (7/9/66) y la clausura de la FUC, la huelga general convocada por la CGT (14/11/66), la huelga ferroviaria (11/1/67), la huelga de la FOTIA por el asesinato de Hilda Guerrero, el surgimiento de la CGT de los Argentinos (28/3/68), la Marcha del Hambre en Villa Ocampo, Santa Fe (11/4/69), el mayo de las puebladas en Corrientes y el asesinato del estudiante Juan José Cabral, el asesinato del estudiante Luis Norberto Blanco en Rosario, el “Cordobazo” con 12 muertos por la represión, el “Rosariazo” (17/8/69), el nacimiento de SITRAC-SITRAM y la corriente clasista de mayo del ’70, el “Tucumanazo” (26/11/10), el de las “Ligas Agrarias” en enero del ’71, el “Vivorazo” (15/3/71), el “Ferreyrazo” (12/3/71) y el asesinato del obrero Adolfo capada, el “Mendozaso” (12/4/72) y la “Masacre de Trelew” (22/8/72) como preludio del Terrorismo de Estado. Estos son algunos de los hechos que expresan el estado de conflictividad social y la resistencia a la dictadura y al modelo económico que encarnaba.
A principios de la década del ’70, la ofensiva de los pueblos periféricos hostigaba a los factores de poder de los países centrales, en particular EE.UU., tras su derrota en Vietnam, el aumento de los precios del petróleo y el embargo decretado por la OPEP, el impulso del “Nuevo Orden Económico Internacional” dado por el Movimiento de los No Alineados en la reunión de Argelia y un nuevo orden de la información y las comunicaciones, frente a la concentración oligopólica de los medios de producción y comunicación. Frente a esto, EE.UU. larga una nueva estrategia concebida por Kissinger, la CIA y el Pentágono, con el objetivo de recomponer su hegemonía e imponer un nuevo modelo de concentración de la riqueza. Esta estrategia se expresa en América latina a través de la Escuela de las Américas y en una ola de dictaduras militares en las cuales el Terrorismo de Estado deberá quebrar cualquier tipo de resistencia política o social. Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Haití y Granada padecerían en la década del ’70 dictaduras como forma de disciplinamiento regional. Los secuestros, las desapariciones, el asesinato, la tortura como sistema, el robo de niños dan cuenta del carácter de la represión y de la carencia de límites morales de los represores.
En Argentina, la dictadura militar del ’76 fue portadora del Terrorismo de Estado y del modelo económico neoliberal. El accionar de la “Triple A” y el “Operativo Independencia”, implementado en Tucumán (1975) fueron en lo represivo, la antesala del Terrorismo de Estado, así como el “Rodrigazo” sentó en lo económico las bases estructurales del modelo neoliberal. Algunos datos dan cuenta de la magnitud del daño social y económico causado por estas políticas, mucho después de la dictadura militar y que, como modelo, recién colapsó en 2001. En 1974 el 7% (1.750.000) de los argentinos se encontraba en condiciones de pobreza, en 2002, el 65% (19.800.000); en el mismo período el desempleo y el subempleo crecieron desde un 6% histórico al 21,5% de desocupación abierta, un 20% de subocupación y más del 30,5% de trabajadores precarios o en negro. La brecha entre el 10% más rico y el 10% más pobre pasó de 12 veces en 1974 a 29 veces en 2004. La deuda externa creció de 7.800 millones de dólares en 1975 a 170 mil millones de dólares en 2004; la participación del salario en el PBI cayó del 48% en 1974 al 32% en 2002. Hubo 70.000 establecimientos fabriles cerrados. Una Argentina cuyos sectores dominantes tenían en el extranjero capitales por menos de 3.500 millones de dólares, contra más de 100 mil millones de dólares treinta años después. Los datos eximen de comentarios sobre la brutal concentración y centralización de capitales que se operó en ese proceso de trasvasamiento de masa salarial a la del capital.
Esto significó en términos represivos, más de 500 centros clandestinos de detención diseminados por todo el país, 30.000 detenidos-desaparecidos, más de 500 chicos apropiados, 10.000 presos políticos, más de un millón de exiliados y una gran parte de la población afectada de muy diversos modos en sus derechos y libertades, el deterioro de los sistemas educativo y de la salud, la desnutrición infantil, las muertes por causas evitables, el pasaje de lo colectivo a lo individual en el ideario social.
Esto explica por sí solo que el objetivo no eran las organizaciones armadas, sino la desarticulación de toda estructura organizativa de la sociedad que pudiese ofrecer un núcleo de resistencia, y explica que el 30% de los desaparecidos fueran obreros, el 21% estudiantes, el 18% empleados, el 6% docentes.
Los objetivos económicos del Terrorismo de Estado creemos explican, también, por qué el sistema, a través de sucesivos gobiernos constitucionales, les garantizó impunidad a los represores; ni hablar de los beneficios económicos que tienen nombre y apellido o de los cómplices civiles que aportaron desde sus puestos de funcionarios o comunicadores para que el plan de exterminio se llevara adelante.
Cuando analizamos con una mirada profunda nuestra dramática historia, los hechos se nos aparecen reconocibles, innegables, con una contundencia que no puede ignorarse, lo cual supone, también, un recuperar críticamente la memoria, resignificando los procesos sociales y rescatando aquellas experiencias, valores y dignidades insertas en el proceso histórico de las luchas de nuestra sociedad como pueblo. Éste es el sentido de la tarea en los barrios a través del rescate de sus militantes populares.

Baldosas por la Memoria

Desde el año 2005, distintas organizaciones barriales militantes por la Memoria y la Justicia se propusieron reconstruir historias de vida de militantes populares detenidos-desaparecidos o asesinados por el Terrorismo de Estado, antes y durante la última dictadura militar, intentando rehumanizarlos, devolverles su identidad de luchadores sociales comprometidos y reivindicarlos. Para ello recorrieron barrios, reconstruyeron retazos de sus historias y decidieron dejar un mojón de su existencia en el lugar donde vivieron, cursaron sus estudios trabajaron, militaron o donde los encontraron las balas de los genocidas; buscando testimonios de su paso por esos barrios para que las veredas por las que transitaron hablen de ellos y señalando esos lugares como huellas o marcas en el suelo, en su memoria.
Lo que en un principio fue un proyecto destinado sólo a algunos barrios de la ciudad de Buenos Aires, fue ampliando las fronteras ante los pedidos de otros barrios, de otras ciudades, de otras provincias.
A lo largo de la historia, los militantes caídos en la lucha por obra de la represión han sido negados por el sistema. Los desaparecidos han sufrido todas las negaciones posibles. Los negaban cuando los secuestraban. Negaron su condición humana cuando los demonizaron. Negaron sus cuerpos cuando los asesinaron. Negaron su inserción social, su pertenencia, su militancia, su identidad ideológica. Todo como parte del mismo sistema represivo construido sobre la mentira.
De ahí la importancia de desandar caminos, atravesando con la verdad mentiras sistematizadas e interiorizadas por gran parte de la sociedad. Cuando se los llevaron dijeron: “son todos “subversivos” o peor, “terroristas”, y una parte de la sociedad agregaba: “algo habrán hecho”. Cuando se reclamó su aparición con vida, dijeron que los desaparecidos estaban “paseando por Europa”. Cuando se reclamó Verdad y Justicia inventaron la “Teoría de los Dos Demonios” para garantizar la impunidad de los represores y, otra vez, una parte de la sociedad volvió a “comprar” ese discurso. Hoy, cuando en el país se identifican cuerpos, se rescatan niños apropiados, se descubren centros clandestinos de detención, parte de esa misma sociedad se justifica: “yo no sabía nada”. También hoy, cuando hacemos Memoria, algunos hablan de “memoria completa” y otros dicen: “no nos quedemos en el pasado”, mientras la mayor parte de los argentinos padecen las consecuencias de ese pasado que se construyó en su presencia. Sin embargo, la Verdad revelada por los afectados del genocidio, los que juntaron los pedazos de historia disponible, se impuso sin velos luego de 2001, en la peor de las crisis sufridas por nuestra Patria.
Esa crisis evidenció los objetivos del Terrorismo de Estado, de aniquilar cualquier resistencia a sus planes expoliadores y de hacerlo del modo más terrorífico posible para destruir cualquier disidencia potencial. Los militantes populares encarnaban esa resistencia porque cada uno de ellos tenía un compromiso social, una pertenencia a un proyecto de quitar de cuajo la injusticia social. Esos valores son lo que destacan sus jóvenes vidas cercenadas.

Amer Francisco Iriart, “Curro”

Tenía veinticinco años cuando fue secuestrado el 4 de junio de 1977 en Palermo. Nació y vivió en la calle 28 N° 619 en Mercedes (provincia de Buenos Aires). La calle hoy lleva el nombre de su madre.
Cuando se colocó la baldosa, su hermana Nora agradeció a los amigos de la infancia: “Jugábamos en esta casa, en esta vereda. Hoy nos tenemos que reunir para poner una baldosa recordatoria a los 30 años de su secuestro y desaparición. Esta baldosa tiene como objetivo mantener viva la memoria de Curro, la integridad, la nobleza de sus sentimientos. Recordar es la única forma de tomar conciencia de lo que nos ha sucedido […]”. Además, comentó que los familiares confeccionaron la baldosa con el apoyo de los vecinos de Almagro. “Esto es un pequeño ritual de lo que se nos sigue imposibilitando […]. Curro estaba comprometido en construir una sociedad con mayor igualdad, solidaria, más justa. Y esa característica, si bien tiene que ver con su personalidad, ha sido una constante del clima familiar que vivimos en esta casa donde crecimos juntos, ya que nuestros padres vivieron con el mismo objetivo en las funciones que les tocó desempeñar. Así se vivía naturalmente en esta casa, era la atmósfera que se respiraba. Siento orgullo de haber tenido los padres que tuve y de ser la hermana de Curro”.  


Fuente: Instituto Espacio Para la Memoria, Coordinadora Barrios X Memoria y Justicia, Baldosas X la Memoria, Bs. As., 2008.

1 comentario:

  1. Hola! Soy Laura Benadiba y conozco a la gente que hace este trabajo de reconstrucción de la Memorias. Te dejo dos links www.otrasmemorias.com.ar (donde voy a subir este link y lo pueden comprobar entrando en enlaces y http://campus.almagro.ort.edu.ar/cienciassociales/historiaoral donde hay 112 contenidos con actividades para docentes y alumnos e Historiaoralort.blogspot.com Laura

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