martes, 8 de febrero de 2011

Las Semillitas Coloradas (Esp. Para La Hora por el Pbro. Julio Forchi)


Extraído del libro “Aquellas semillas rojas”, docentes y alumnos del Instituto Santa María, Mercedes (B), Jóvenes y Memoria 2009.

El siguiente es un cuento publicado en un diario local a fines del año 1975, antesala del último golpe cívico-militar producido en la Argentina el 24 de marzo del año siguiente. Se titulaba “Las semillitas coloradas” y su autor era un sacerdote: el padre Julio Forchi. ¿Qué razones tenía este cura para escribir un cuento semejante? ¿A quiénes estaba dirigido? Evidentemente, el color rojo hacía referencia al comunismo y el cuento estaba dirigido a un grupo de militantes que, mayoritariamente, pertenecían a la Juventud Peronista. Por aquellos años, estos militantes ya venían sufriendo persecuciones ideológicas, pero... ¿Qué implicaba, en ese entonces, acusarlos de comunistas?
Por participar de actividades políticas, sindicales, estudiantiles, barriales y culturales estas personas sufrieron, una vez producido el golpe, todo tipo de violaciones a los Derechos Humanos: la cárcel, el exilio, el secuestro, la reclusión en centros clandestinos de detención, la tortura, la desaparición y/o el asesinato. ¿Por qué eran tan peligrosos estos jóvenes? ¿Cuáles eran sus ideales y proyectos? ¿Con qué tipo de país y de sociedad soñaban? ¿Cómo pensaban alcanzar sus sueños? La respuesta a estos interrogantes es necesaria para comprender las verdaderas razones del golpe de Estado de 1976, su proyecto económico y su implicancia en el presente.


¿Adónde va m’hijo?
Voy pa’ l’almacen de Don Braulio.
¿Qué anda queriendo comprar?
Unas semillas para sembrar en el campito.
¿Y qué semillas son esas?
Unas coloraditas, lindas, de viento.
¡Pero esta loco m’hijo! ¿Cómo se le ocurre sembrar semejante cosa?
Son lindas, Tata.
Pero peligrosas, m’hijo.
Pero a mí me gustan.
Mire, m’hijo, en estas cosas no es tanto cuestión de lo que usted le guste, sino de que la cosa sea buena y convenga a usté y al país.
¿Y qué pueden tener de peligrosas, Tata? Si son tan lindas...
Venga, siéntese. Yo le voy a contar. Porque esto pasó hace muchos años y usté no había nacido entuavía. Una ocurrencia semejante la había tenido el Cleto, a quien le decíamos “tero” por sus patas largas y flacas. Él también se había entusiasmado con el color de las semillas y un día fue y se compró una bolsa. Ató el arado al caballo y empezó a darle al campo. ¡Lindos los surcos que iba abriendo! Mientras detrás de él las gaviotas revoloteaban buscando los bichos que quedaban al descubierto cuando uno le va abriendo la panza a la tierra. Después las fue arrojando; después le pasó la rastra para cubrirlas. Todo le iba saliendo a pedir de boca porque hasta la lluvia mansa le ayudó en su espera . Al cabo de un tiempo empezó a asomarse el cabito verde, señal de que la cosa pintaba bien. Era una delicia ver el campo verdecido como una alfombra. El “tero” Cleto se sentaba a matear mientras contemplaba su obra. Cuando iba al boliche para darle un trago a su garganta y conversar con los amigos del pago no hacía más que hablar de ello. Una noche despertó a causa de un ruido como un murmullo que venía del campo sembrado. Se levantó y abrió la puerta del rancho.
Afuera las estrellas brillaban en la oscuridad de un cielo sin luna. Pero no vio nada que le llamase la atención. El campo con sus brotes estaba allí como dormido. El murmullo había cesado. La noche siguiente le pasó lo mismo. Pero no notó nada de extraordinario y se volvió a acostar. Así durante un tiempo mientras que aquel campo crecía en brotes en cuyas puntas comenzaron a aparecer unas bolitas rojas, brillantes, que al contemplarlas a la luz del sol le daban al campo una apariencia de gran laguna de sangre. Una noche el murmullo se fue haciendo más fuerte, como si un enorme malón se fuese acercando al rancho; los árboles se quebraban ante aquella fuerza desatada; el mismo rancho parecía que se iba a volar en cualquier momento. El Cleto se levantó asustado; abrió la puerta... ¿Pa’qué habría hecho? Aquel vendaval se coló en el rancho, le levantó el techo, le volteó las paredes mientras se llevaba todo por el aire. Gritó una maldición y la boca se le llenó de aquellas bolitas rojas que lo atosigaron. El campo parecía un monstruo nocturno que se movía y danzaba alocadamente. Nada había quedado en su lugar; ni el galpón, ni los animales que eran arrastrados como hojas secas; el carro, el arado, todo se lo iba llevando aquel viento desatado.
Al Cleto lo encontraron panza arriba contra el alambrado. La boca llena de esas extrañas bolitas rojas, los ojos abiertos, desnudo, muerto.
Desde entonces m’hijo, aprendimos que no había que sembrar aquellas semillas de viento porque su fruto es maligno, desata tempestades y uno mismo termina por ser víctima de lo que con tanto entusiasmo y trabajo estuvo sembrando. Por eso m’hijo déjese de pavadas; no sea que le vaya a ocurrir lo que al “tero” Cleto.

Diario La Hora, 23/12/1975.

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