martes, 8 de febrero de 2011

Escritos del Padre Juan Ángel Dieuzeide (Sacerdote tercermundista)







Extraído del Libro "Aquellas semillas rojas", docentes y alumnos del Instituto Santa María, Mercedes (B), Jóvenes y Memoria 2009





Diario La Hora, 16 de agosto de 1974:

Mis amigos están preocupados; se ha detectado en Mercedes la presencia de un cura loco. Y anda suelto. Cuando se disfraza de pobre anda en bicicleta; pero a veces se disfraza de profesor – corbata, chaleco y todo lo demás – y entonces toma un taxi o se hace llevar en coche por algún amigo oligarca.
No es mucha la gente que lo conoce, ni es un personaje muy importante (aunque dicen las malas lenguas que le gustaría serlo y, por eso, trata de promocionarse a toda costa).
Pero su fantasma vaga a veces por las confiterías bailables y hace que algunos jóvenes, en lugar de divertirse, se pongan a discutir lo que a él se le antoja hacer o decir; en otras oportunidades se mete en las reuniones de grupos cristianos para que lo abominen; o deambula por los pasillos de los tribunales suscitando polémicas: una vez habló del palacio de las injusticias y ¡para qué te cuento!
Es un cura loco y demagogo: ¡dijo en un sermón, que la Exposición Rural era el templo de la oligarquía terrateniente argentina! Y en una misa que le encargaron del Colegio Nacional, hace unos años, ¿no va y les dice a los alumnos que tenían que ser rebeldes? ¡Cuando no, se le da por tirarse en contra de los honorables señores del Country Club!
Cuentan que una vez estaba en una peña folklórica, hecha a beneficio de unos obreros que se habían quedado sin fábrica; se subió al escenario con una guitarra (porque es un guitarrero, en el peor sentido de la palabra) y una tremenda mancha de grasa en el pantalón. No tuvo mejor idea que disculparse así: ‘Me manché con la grasa de una empanada; no pierdo la esperanza de que los curas nos manchemos, algún día, con la grasa de nuestro pueblo.’
DE-MA-GO-GO. Demagogo y politiquero. Ha andado por ahí bendiciendo unidades básicas y cantando la marchita abrazado al negraje. Pero lo más escandaloso son los casamientos. ¡Como el del sábado pasado! Resulta que se casaba una pareja de militantes políticos amigos de él; parece que, tanto el cura como los novios, estaban de alpargatas; que el cura no consagró el vino; y el colmo de los colmos: un muchacho habló después del Evangelio (¿o era después de la primera lectura?) e hizo un juramento en nombre de los Montoneros (¿o el muchacho habló en nombre de los compañeros y amigos?). Bueno, no importa; de ese cura se puede esperar cualquier cosa. Y si la gente lo dice debe ser cierto.
En realidad se trata, según otros, de un maniático que anda siempre con la Biblia bajo el brazo, citando constantemente el Concilio, Medellín y San Miguel, hablando y hablando del culto, de los sacramentos, de San Cayetano y otras yerbas. Se ha hecho en la casa una capilla con durmientes del ferrocarril y celebra allí unas ceremonias raras con un grupito de maniáticos como él.
Lo peor del caso es que ese cura se llama exactamente como yo, y yo lo tengo que aguantar todos los días. Tres veces le rogué al Señor, como San Pablo: Señor, líbrame de este cura loco que me complica la existencia. Y cuando yo creía que me iba a responder solemnemente, como a Pablo: te basta mi gracia, el Padre Eterno me guiñó un ojo y me dijo: no lo tomes demasiado en serio.


“Divagaciones concatenadas”

Teníamos...
Un perro.
Un perro verde,
verde y elegante.
Tan elegante como un niño bien
de la calle Santa Fe,
de la calle Santa Fe.
Donde el sol calienta menos
porque hay más sobretodos.
Sobretodos azules, pardos, rojos,
amarillos...
Y verdes.
Verdes; como las caras de esos muchachos frágiles
y muy norte-american-izados.
Izados; en el mástil de herencias fugitivas.
Fugitivas, como todas las cosas aún no poseídas
que irremediablemente tendremos que tener.
Tener; nosotros no valemos
por lo que poseemos,
sino por lo que somos.
Lo dijo Monseñor Fulton Sheen,
y dijo cosa cierta.
Aunque el, pobre, sea
norte-americano.
Norte-americano; yo no soy comunista.
Pero sueño mis sueños,
los sueños de un artista de Industria Argentina.
Argentina; era un suelo,
ahora es un sub-suelo.
Subsuelo petroquímico
del que manos extrañas,
sin amor por la tierra, le sacan las entrañas.
Entrañas que nosotros hacemos kerosene,
que calentará un guiso la semana que viene.
¿Qué viene ahora, Patria?
¿Sabés que eras más linda
cuando cebaba mates la negra Gumersinda?
¿O cuandoMartín Fierro rodaba por los campos
verdes?
¿O cuando el gringo te rasguñaba el lomo
para que dieras trigo?
¡Eras más linda, Patria, que te pierdes
Y era tu cielo limpio
Y era tu suelo...
Azul!

Seminario de Mercedes, 1964


“Los ricos también mueren” (basado en un hecho real)

Acabamos de enterrar a María Inés.
María Inés tenía nueve meses,
sarampión,
tos convulsa,
bronconeumonía.
María Inés era linda y rosada.
Era un amanecer de otoño.
Entramos, agachándonos, a la única pieza, oscura.
Suelo,
ladrillos sobre barro,
techo de cartón prensado,
cuatro velas.
Rezamos, con un llanto resignado,
hágase tu voluntad.
Tierra y flores de papel sobre el ataúd pequeñito,
casi gracioso,
Allí donde entierran a los niños,
(Bulbos en el jardín)
Tumbas de medio metro.
Al volver, Jorge me preguntó:
– ¿Nos vamos padre?
Quiero ver a mi abuelo,
lo enterramos ayer.
Apoyó la nariz y las manos sobre el cristal de una bóveda
– Esto es para los ricos – dijo
sin odio,
con la objetividad de los niños.
Pensé: los ricos también mueren,
y sus sobrevivientes los traen a estas bóvedas suntuosas.
Y vienen luego a pasar una escoba
y a derramar algunas lágrimas,
hasta que se acostumbran.
Con este material de construcción,
María Inés hubiera tenido una casita
sin agujeros en el techo,
y quizá no habría muerto.
“Vengan, benditos de mi Padre...
Tuve hambre y me dieron de comer,
estuve desnudo y me vistieron.”
María Inés, tú, que estás junto al Padre,
ruega por los ricos que mueren
y cuyos huesos envejecen en sus bóvedas
Y por los pobres que viven
en tu villa,
en sus casas de lata y de cartón.

Mercedes, 19 de mayo de 19688


“Jóvenes de América Latina” (canción escrita en Mercedes en el año 1970)

Somos jóvenes de América Latina,
de un mundo al que ilumina
como una bendición
la Cruz del Sur.
Construiremos un continente nuevo,
y por él lucharemos
mientras haya en el alma
juventud.
Un hombre nuevo la meta será,
y en nuestros ojos, cual único ideal,
brillará para siempre la luz
de la cruz.
Aspiramos a que un sol de bonanza
alumbre la esperanza
de unir a la humanidad
en el amor.
A los jóvenes tenderemos la mano,
y será nuestro hermano
todo el que luche y busque
la verdad.
Junto a Cristo, la lucha compartida,
hará de nuestras vidas
un gigantesco himno
de amistad.
El señor nos conceda la alegría
de ser, como María,
testigos de su amor
y su bondad.
Un hombre nuevo la meta será,
y en nuestros ojos, cual único ideal,
brillará para siempre la luz
de la cruz.
De la cruz.


“Country Club y Villa Miseria”, El Oeste, 13 de abril de 1971.

¿Es posible que en nuestra ciudad se siga pensando en el pasatiempo de los ricos y en otras cosas innecesarias, mientras hay que mendigar penosamente para instalar un Centro Asistencial a favor de la villa que rodea al Barrio Obrero? ¿Se consigue tan fácilmente campo para un Country y no se puede conseguir terreno para que edifique su casa gente que no tiene más recursos que sus dos manos?
No vamos a ponernos a discutir sobre el origen de los bienes de cada uno, que puede ser absolutamente justo; pero es suicida tratar de imitar estilos de vida de países superdesarrollados, cuando la gran mayoría sufre cada vez más las injusticias del subdesarrollo.
No vamos a creer ingenuamente que la gente de las villas son ángeles en la mala. Pero tampoco vamos a dar las consabidas soluciones fáciles: Son unos borrachos. En este país el que no trabaja es porque no quiere. Etc. Etc.


Los estudiantes secundarios
sueñan con notas,
– musicales y las otras –
Algunos universitarios
sueñan con ricos hechos pobres,
sueñan con pobres hechos ricos,
sueñan con sociedades justas.
Pero los mismos mismos,
una vez recibidos de burgueses
– O de profesionales–
sueñan consigo mismos.


¡Saquemelón a ese hombre!
gritó un día el mandamás,
y al punto, sin más ni más,
lo destituyó al maldito.
Pero el otro pegó el grito
– ¡Saquelón al mandamás!
Los ñatos que habían firmao
d i j i e r o n – ¡Yo n o f i rmé !
Yo siempre patié pa’ usté
porque el otro era un cochino,
c u a t r e r o , ma l a r g e n t i n o
¡Y bien hecho que se jué! –
Un gaucho que los mi raba
dijo: – ¿Cómo es el asunto?
Porque entiendo que, a este punto
ustedes se lo trajieron
¿Y ahura ya lo depusieron?
¡Vayansé los cuatro juntos!
– ¡Ahura nos vamos! – gritaron,
y el gaucho dijo – ¡Qué estraño!
Pa´mí que hay algún engaño.
Y güeno ¿Cuándo se van? –
– ¡No se apure ganapán,
sólo dentro de dos años! -
Apenas dijeron eso
se alborotó el comité
¡Qué revuelo! ¡Viera usté!
Uno dijo: – ¡Vuelvo al mando! –
Y otro dijo: – ¿Dende cuándo?
¡Yo tampoco terminé! –
Un chino gordo repuso
a un viejito tranquilón.
Pero vino el narigón
anteojudo y petrolero.
Dijo: – ¡Yo estaba primero! –
Y se sentó en el sillón.
Se oyó un grito: “¡Compañeros!”
Se armó un lío macanudo,
y cada cual, como pudo
se escapó por su rincón.
– ¡Señores, y soy Perón!
Todo el mundo quedó mudo.
Los que mandaban dijeron
– ¡No joda, mi General!
Pa’mí que usté entendió mal,
no se gaste en la campaña
y tomeselá pa’ España.
Y así todo siguió igual.

Mesa de examen, 24 de marzo de 1971

Estas estrofas fueron escritas cuando Lanusse destituyó a Levingston. Pero en 1973, tras bendecir una Unidad Básica antes de las elecciones, el padre Juan cambiaba la última estrofa y agregaba otra:



... No se gaste en la campaña
y tomeselá pa’ España,
así todo sigue igual.
Mas la cosa no fue así,
la tuvieron que perder.
El pueblo se hizo valer
y así lo quiso el Eterno.
Y fue Cámpora al gobierno,
y fue Perón al poder.


“Conozco un niño Jesús”

Conozco un niño Jesús
que dice malas palabras,
que se escapa de la escuela,
pide limosna en la plaza.
Pide limosna en la plaza.
Su madre, madre María,
pero no es virgen ni es santa
y sufre, grita y se enoja
en una casa de lata.
En una casa de lata.
Su padre José, a la sombra
de la miseria descansa,
el trabajo no le llega
y don José se emborracha.
Y don José se emborracha.
Hay un Herodes de ahora
que tiene un reino de plata,
y en un plan de economía
al niño Jesús lo mata.
Al niño Jesús lo mata.
¡Qué mal que lo pasarías
entre nosotros, Señor!
Pero entre tanta injusticia
¡Menos mal que Dios es Dios!
¡Menos mal que Dios es Dios!


 “El juramento de los ejecutivos”

Juro defender el Sistema
y tener el espíritu de la Empresa.
Y ejecutar las órdenes
de la Sagrada Sociedad Anónima y Apátrida
a la que represento.
Y ejecutar a todos los demás,
Amén.
Y que revienten los que no tienen nada
y los que nada saben,
la Empresa ya regaló una silla de ruedas
y muchas cosas más.
Juro respetar la bandera de mi Patria
y ponerle el emblema de la Empresa
en los rayos del sol.
Juro adorar a todos los dioses
que sea necesario
para el provecho de la Empresa Sacrosanta.
¡Viva la libertad!
La de nosotros, los mejores, claro.

Mercedes, 1972


“Casino”

No te preocupes por no tener trabajo,
pondremos un casino
y las ruletas, al girar
harán llover sobre Mercedes
un milagro de plata ¡Mucha plata!
Y tus hijos tendrán pingües limosnas,
eso sí; que no se acerquen demasiado,
porque queda muy feo un casino
con gente rica adentro
y pordioseros en la puerta.
¡Ah! Y haremos una Iglesia,
una Iglesia moderna.
Así, cuando te mueras,
te pagaremos el entierro; no hay cuidado,
te echan un poco de agua bendita en el atrio.
En el atrio, no más, con eso basta.
Podés estar contento. ¿No?
Nuestra ciudad avanza.

Mercedes, 1972


He visto un pueblo en marcha. He
sido un pueblo en marcha hacia
la libertad y la esperanza.
La noche en La Tablada,
la risa niña en los amigos,
el vino, el bombo y la guitarra.
Y el estribillo renovado
estrepitosamente, para que la alegría no se duerma
en la “vigilia de las armas”.
Y la amistad que crece con la noche,
en Adviento de zambas,
en esta navidad de las bagualas.
Y cuando vino el día nos encontró cantando.
Cantando organizamos la partida
y cantando, la gente
engrosaba las filas
de aquella enorme procesión,
la procesión prohibida.
Los jóvenes bailaban
al compás de la marcha y las consignas.
Las viejas fieles y aguerridas
se hundían en el barro, caminando
bajo la lluvia fría.
Aquello era la paz y era la guerra,
era la lucha y era el triunfo,
era el combate y a la vez
¡La fiesta!
Las armas de los sabios y prudentes,
las de los poderosos
que “guardaban el orden y cuidaban la vida”
del que llegaba a Ezeiza,
eran los tanques y los gases,
y los fusiles y metrallas
del miedo que se vuelve prepotencia.
Y las armas del pueblo,
que iba a campo traviesa,
eran manos vacías,
y eran gargantas llenas.


“Parábola al Gran Bonete”, 2 de junio de 1974.

– Al Gran Bonete se le ha perdido la fe en el hombre y dice que el filósofo la tiene.
– ¿Yo, Señor?
– Sí, Señor.
– No, Señor. Yo tenía antes fe en el hombre; pero la he ido perdiendo con el tiempo. En una esquina de mis dudas metafísicas se me armó un bodrio tal de conceptos y tal galleta de palabras, que “no sé más quién soy”, como dice el tango. Vivo preguntándome: “¿Qué es el hombre?”. No, Señor.
– Pues entonces ¿Quién la tiene?
– Don Equis, el supercientífico.
– Al Gran Bonete se le ha perdido la fe en el hombre y dice que Don Equis, el supercientífico, la tiene.
– ¿Yo, Señor?
– Sí, Señor.
– No, Señor. Yo sólo creo en lo computable y en lo mensurable. Mi Dios es la Ciencia y “si no veo, no creo”, como dicen que dijo no sé quién. Y en el hombre hay muchas cosas que no se pueden verificar, ni computar, ni medir y, ojos que no ven, corazón que no siente. Yo no la tengo. No, Señor.
– Pues entonces ¿Quién la tiene?
– Mister Dólar, el economista.
– Al Gran Bonete se le ha perdido la fe en el hombre y dice que Mister Dólar, el economista, la tiene.
– ¿Yo, Señor?
– Sí, Señor.
– No, Señor. Tanto tienes, tanto vales. Tanto produces, tanto vales. Tanto consumes, tanto vales. Todo hombre es mi peón y/o mi cliente; o “la competencia”. Creo en mi Padre Dólar todopoderoso y en la Madre Bolsa de Valores. Amén. ¿Fe en el hombre? No, no la tengo. No, Señor.
– Pues entonces ¿Quién la tiene?
– ¡Qué sé yo! Para esas cosas de fe pregúntele a Candela, el Rezador.
– Al Gran Bonete se le ha perdido la fe en el hombre y dice que Candela, el Rezador, la tiene.
– ¿Yo, Señor?
– Sí, Señor.
– No, Señor. Yo creo en el Dios altísimo, que está muy lejos de nosotros, el Juez Supremo que ha de juzgar nuestras almas. El hombre no es nada. “No somos nada”, como dicen en los velorios. No valemos nada. El hombre, en cuanto cuerpo, es polvo. El alma hay que salvar; ¡el alma! La otra vida es la única verdadera. ¿Cómo voy a creer en el hombre? No, Señor.
– Pues entonces ¿Quién la tiene?
– Yo no sé. Yo no sé nada. El único que tiene derecho a saber es el Gran Oficiante.
– Al Gran Bonete se le ha perdido la fe en el hombre y dice que el Gran Oficiante la tiene.
– ¿Yo, Señor?
– Sí, Señor.
– Toda fe pasa necesaria e ineludiblemente por mí. Que nadie se atreva a creer en nada que yo no le haya enseñado previamente.
– Pero ¿la tiene o no la tiene?
La Palabra sólo se hace presente a través de mi palabra. En mí. Sólo en mí reside la sabiduría y la fe en las Esencias Trascendentes.
– Pero, la fe en el hombre ¿La tiene?
– ¡Pregúntele a la cocinera!
– Al Gran Bonete se le ha perdido la fe en el hombre y dice que Doña Ramona, la cocinera, la tiene.
– ¿Yo, Señor?
– Sí, Señora.
Yo creo en el hijo de Dios que se hizo hombre. Creo en el Romualdo, el padre de mis hijos, que se mata trabajando para que ellos tengan pan, y siempre dice: “Gracias a Dios y a mi lomo, que por ellos vivo y como”.


“Villancico para un niño enfermo”

Navidad, Navidad, la campana suena
y la Virgen se ríe; es la Noche Buena.
Mi Jesús, que naciste en un pesebre,
ten piedad de mi niño, que tiene fiebre.
Hay un niño que sufre en su silla de ruedas,
otros tristes se van; él alegre se queda.
Mira; junto a su silla está su consuelo,
es el Niño Jesús, que vino del cielo.
Señor rico, todo lo que a usted le sobre
¿Por qué no lo devuelve a su hermano pobre?
Usted rico, y él pobre, como Jesús,
que sediento y desnudo murió en la Cruz.
Mi Jesús, que naciste allá en Belén,
todo llanto de niño es tuyo también.
Rogaré por el niño que está en la guerra
¡Gloria a Dios en el cielo, paz en la tierra!
Quiero que el Niño Dios
te vea sonreír.
Que no empañe el dolor
tu Navidad feliz.

Mercedes, 1969


“Navidad al revés”

Mercedes, mi ciudad,
ha muerto tu árbol de Navidad.
Junto a los muros anacrónicos
de nuestra Catedral,
El esqueleto cónico
de lo que fuera un pino,
con una estrella muerta
de luces apagadas.
Yo me paré a mirarlo,
y ví colgados en sus ramas
nuestros regalos de Navidad.
Los paquetes decían:
Para la ciudad culta
hecha ciudad de los prostíbulos,
para el Palacio de las Injusticias,
para las fábricas cerradas,
para los ricos y opresores,
para los monopolios,
para los usureros,
para los drogadictos
y sus explotadores,
para los dueños de la coima,
para los jóvenes indiferentes.
Para el profeta que no grita.
Para los que detentan el poder
e imponen su santa voluntad,
para los que hacen trampa,
para la multitud de adúlteros,
para los crédulos y los cobardes.
Y la gente miraba los paquetes
y seguía.
Ninguno reconocía el suyo,
yo tampoco.
Pero un niño, corriendo,
vino hacia mí
trayendo mi paquete;
reza: para el profeta de calamidades,
que dice y no hace
Mercedes, mi ciudad,
ha muerto tu árbol de Navidad.

Mercedes, 1969


 “Ven, Señor”

Ven, Señor, en esta Navidad,
y líbranos de la mentira.
Ven, Señor, y líbranos de la injusticia.
Ven, y líbranos de las falsas apariencias.
Líbranos del invierno importado,
de Papá Noel y de la “paz en nuestras copas”
Danos paz en el corazón
que se hace hermano y compañero.
Trae la paz al corazón de nuestro pueblo,
la única posible, de la que dice el Salmo:
“La justicia y la paz se abrazarán”.
Líbranos de los jingles de las Sociedades Anónimas
que nos saludan para vendernos más,
para vendernos la felicidad
en un estuche navideño.
Líbranos de ese Niño Jesús que empalaga
cuando le besamos el pie,
y que nos deja la conciencia tranquila.
Ven, Señor, tú, el verdadero,
el que fue puesto como “signo de contradicción
para la ruina y la salvación de muchos”.
Ven a darnos luz para el camino,
estamos extraviados.
Ven a amarnos, porque hemos prostituido
el verdadero amor.
Ven a dar esperanza a nuestros pies cansados.
Ven “a darles la buena noticia a los pobres;
a liberar a los cautivos”.
Y ellos se alegrarán.

Mercedes, 1974


“La clase media está asustada”, 13 de junio de 1975.

La clase media ha tenido que ajustarse el cinturón en serio,
dejar el coche en el garage; la nafta está muy cara.
Sin importarle los que piensa el interlocutor,
la clase media habla
en la calle, en el bar, en la oficina:
¡Cuidado! Que si eso pasa en el árbol verde
¿Qué pasará en el árbol seco?
¿Qué pasará con los obreros, con los changarines,
los jubilados y los pensionados?
¿Quién sueña de verdad
“en la Argentina potencia con que todos soñamos”,
si lo que importa es subsistir mañana?


Recuerda el padre Juan: "Por aquel entonces habían metido presos a varios muchachos de la Juventud Peronista, entre ellos a uno que había pertenecido a nuestra Casa de la Juventud [...]. Luego lo desterraron. Por desconocimiento del lenguaje jurídico, alguien dijo que se trataba de una extradición, cuando en realidad se trataba de un exilio forzoso". A eso se debe el título de estos versos del año 1975.

 “Extradición”

Oscar Ignacio Apezteguía,
pasaporte número...
Vuelo de la hora nueve
con destino a México.
Motivo: extradición.
El cielo de la Patria estaba encapotado
cuando el avión hirió las nubes
y penetró como una flecha
al corazón del sol.
Te habrás sentido libre
¡Qué triste libertad la del destierro!
¿Cómo sentirte libre
sabiendo que tu pueblo es aún esclavo?
Oscar Ignacio Apezteguía,
sé que no sos un héroe.
Simplemente sos uno de nosotros
que tuvo que partir.
Por eso el corazón se fue con vos
después de haberte visto,
detrás de nuestras lágrimas,
con tu sonrisa grande, tan serena,
y con tu mano enorme
saludándonos desde el patrullero.
Vasco: yo también volví triste,
reconociendo los lugares
por donde fuimos a buscar a Perón
el 17 de noviembre,
bajo la lluvia,
a través de la mugre de los ríos
Matanza y Maldonado.
Treinta y cinco millares de efectivos,
con tanques y metrallas,
se cuidaban de un pueblo
que como única arma
llevaba la esperanza.
Reconocimos con los compañeros
el puente de la gran frustración,
donde a millones de argentinos
nos dijeron con balas
que no podríamos encontrarnos
con nosotros mismos.
Tu avión partió hacia México.
Yo también soy “culpable”
y me siento orgulloso.
El motivo
no fue la extradición,
fue traición, simplemente.
Aquí queda tu pueblo, nuestro pueblo,
con su bronca guardada,
buscando sin descanso los caminos
para tener su Patria,
y hacerla Justa, Libre y Soberana.
Yo sé que Dios querrá que lo logremos,
que un día los hermanos
volverán del destierro.
Regresará la flecha
del corazón del sol.


“El silencio de mi pueblo” (1975)

Pueblo mío, yo quisiera
interpretar tu silencio.
Saber qué quiere decir
el que tú no digas nada,
cuando rugen rotativas,
cuando las radios derraman
su torrente de noticias,
y su aluvión de palabras.
Tú hablas de algunas cosas,
Y de otras cosas te callas.
¿Tu silencio es cobardía.
desilusión, agachada?
¿O es que guardas en secreto
tu irresistible esperanza?
Yo, sólo sé decir,
en frases mal hilvanadas,
bien quisiera, pueblo mío
leer a fondo tu mirada.


Para ese entonces, Juan era uno de los tantos mercedinos amenazados. Escribe en sus memorias que: “En nuestra pueblerina ciudad sabíamos [...] que del Casino de Oficiales del Regimiento 6 de Infantería habían trascendido cuatro nombres, el de los primeros que iban a ser detenidos apenas se hubiera dado el golpe. El mío figuraba entre ellos”. Juan recuerda que la lista coincidía con un panfleto firmado por la Triple A. En ambos casos su nombre iba a la cabeza. Decide hacer un pacto con Dios: “Señor, yo no le tengo miedo a la muerte; pero no dejes que me torturen”. El 16 de marzo de 1976 recibía, en la Casa de la Juventud, el mensaje de los compañeros: “Mañana dan el golpe ¡Tenés que irte ya Juan!”.
El golpe no se dio ese día, pero Juan comenzaba a pasar las noches en casa de amigos por su propia seguridad. Finalmente, luego del 24 de marzo de 1976, Juan se entregó en la Curia, donde vivió en arresto domiciliario hasta ser trasladado a la cárcel de Mercedes y luego a Sierra Chica. 
En Mercedes, compartió la prisión con unos veinticinco presos políticos de diferentes signos ideológicos; había sindicalistas, peronistas (moderados o de izquierda) y cuatro comunistas. Uno de estos últimos, Julio Plácido Balboa Espineira, le escribió a Juan el siguiente poema del 15 de mayo de 1976, justo antes de que el sacerdote fuera trasladado a Sierra Chica:


De la vida sacerdotal has sacado tu experiencia,
los consejos que a los pobres
en peregrina actividad has llevado,
por las villas, por los barrios y ciudades,
“es la prédica revoltosa”,
es la mano solidaria,
la palabra de consuelo.
Todo sirve al inquieto despertar,
sin embargo; ¿Has pensado si tu lucha
(Nuestra lucha)
ha servido a las masas irredentas
en la búsqueda de una nueva sociedad?
Padre Juan,
pobre padre aherrojado con candado y con barrotes.
Te han privado de tu hermosa libertad.
Carceleros sin conciencia,
¡si supieran que eres preso solamente
del amor hacia los tuyos,
del amor hacia tu Cristo
y a toda la humanidad!
¡Si supieran que el calvario de tu vida
– es la vida de los presos, padre Juan – terminará
con el triunfo de la causa, nuestra causa,
por el pan, la paz y la verdad.
Por lo cual estamos presos tu... yo... y todos los demás.


Estando en la cárcel local, cierto día, una niña de ocho años le escribe al padre Juan una carta donde le manifiesta su tristeza por saber que él estaba en prisión. A Juan se le ocurrió contestarle con un cuento, con el que cerramos este capítulo. Aunque no puede probarse, hay motivos más que suficientes para sospechar que el cuento de Juan era una respuesta a “Las semillitas coloradas” de Forchi.


 “El Pájaro Alegría”

El pájaro que yo digo no era muy grande que digamos. Las plumas de su cuerpo eran blancas, como la alegría de los chicos buenos. Las de la cabeza eran amarillas, como los girasoles, que siempre dan la cara a la luz.  Las alas y la cola, azules, como una lagunita limpia en una mañana de primavera. Y en el pecho tenía unas plumitas rojas, que parecían una herida.
No era lo que se dice un pájaro hermoso. Era un pájaro... lindo, simpático, juguetón. Cantaba bien. En realidad, había en el monte otros pájaros mucho más hermosos. Y que cantaban mucho mejor.
Pero el canto del PÁJARO ALEGRIA – que así se llamaba el de la cabeza amarilla como los girasoles, que siempre dan la cara– era un canto... popular.
El iba por todos los rincones del monte y se juntaba con los gorriones y otros pájaros por el estilo, que no son tan hermosos ni tienen un canto tan suave que digamos. Alegría los escuchaba y los escuchaba, Hasta que aprendía el canto de ellos. Después lo cantaba él.
Cuando los gorriones y los otros pájaros escuchaban su propio canto repetido por Alegría le decían:
–Alegría, ¡enséñanos a cantar!
Entonces Alegría les enseñaba la misma musiquita que ellos hacían, pero mejor. Y se armaban unos coros bárbaros. Porque el canto de todos juntos sonaba que era una maravilla.
Un día, los pájaros mas hermosos y que cantaban mucho mejor se enojaron con Alegría, porque ya nadie se paraba en los árboles vecinos para mirarlos y escucharlos a ellos.
Dijeron:
– Ahora que los gorriones y esos otros pajarracos están aprendiendo a cantar juntos, ninguno se interesa por nosotros. Y el culpable es Alegría. Lo sacamos del medio ¡Y listo! Entonces llamaron a un hombre que tenía una jaula y le entregaron a Alegría para que lo encerrase.
¡Cómo lloraron los gorriones cuando lo supieron!
Pero entonces sucedió... que cuando Alegría estaba detrás de las rejas, las plumas de su cabecita se pusieron más amarrillas; las alas y la cola, más azules; el cuerpo, más blanco; y el pecho rojo, rojo: como la sangre, como la vida, como el amor.
Alegría comenzó a cantar mejor. Su gorjeo empezaba por abajo, como recogiendo el canto de la tierra, de los ríos, de las ranas, de los grillos y de los aljibes profundos y misteriosos. Luego subía un poco y se juntaba con la risa de los chicos, con el canturreo de las señoras que barren la vereda a la mañana, con el llanto de los que sufren en las cárceles, en los hospitales, en la pobreza, en la soledad.
Después vibraba en la copa de los árboles. Y ahí empezaban a cantar tooooodos los gorriones y los otros pájaros, que no son tan hermosos ni tienen canto tan suave que digamos, pero que habían aprendido a cantar juntos.
¡Era una fiesta!
Y el canto de Alegría, unido con todos los demás, era cada vez más sonoro y más armonioso. Y subía a las torres para juntar el canto de las campanas. Y trepaba a las altas montañas y al aire, para robarles su silencio. Y llegaba hasta el sol, hasta las estrellas más lejanas. Y al final subía tanto, tanto, que llegaba hasta Dios; y le ofrecía todos los cantos del mundo.
Y así todos los días.
Hasta que los pájaros hermosos y presumidos vieron que era peor el remedio que la enfermedad; y le pidieron al hombre de la jaula que soltase a Alegría.
¡Que increíble fue el canto cuando Alegría volvió al monte! Todas las cosas nacían de nuevo.
Y los niños aprendieron que la mayor alegría es compartir con los otros y el canto de la vida, las risas y las lágrimas: todo.
Y los girasoles se pusieron muy contentos al saber que el que da la cara es un valiente y no tiene nada que ocultar.
Y la lagunita soltó la carcajada cuando las alas azules de Alegría le hicieron cosquillas en la puntita de sus pequeñas olas.
Y una perlita de agua brilló sobre aquel pecho rojo, rojo, como la sangre, como la vida, como el amor.
Juan Ángel Dieuzeide

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