miércoles, 9 de febrero de 2011

Memoria de Lucila Révora










Extraído del libro “Aquellas semillas rojas”, docentes y alumnos del Instituto Santa María, Mercedes (B), Jóvenes y Memoria 2009.

“Ana [...] pertenecía al partido Montonero [...]. Su compañero fue un combatiente de relieve y se llamaba Quique. [...] La recuerdo en las asambleas, ganando todas las discusiones, [...] cantando y bailando en el hall de la facultad ‘¡Que entren todos, carajo! ¡Ingreso irrestricto, carajo!’ Era linda y delgada. Quedó embarazada en el ’76 [...].
Cuando cambió de frente [...] ya no volvimos a verla, pero seguíamos teniendo noticias suyas a través de otros militantes. ‘Ana tuvo un bebé precioso’. [...] ‘Ana está clandestina’’. ‘Ana pasó un día entero sin poder darle absolutamente nada de comer al nene’. [...] ‘Cayó Quique, el marido de Ana’. [...]
Para el 25° aniversario del golpe la Comisión Pro Casa de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora organizó un mega recital en el estadio de Ferrocarril Oeste. [...] Se reservaron entradas para los invitados [...] de los organismos de Derechos Humanos [...]. Allí [...] subirían al escenario las Madres, sus colaboradores, los artistas [...] y un representante por cada organismo. Sugerimos la presencia de varios hijos y designaron a dos representantes de la agrupación, una hija y un hijo, llamado Wado. [...]
Nueve meses después, el nombre Wado aparecería en los diarios vinculado a la salvaje represión que cobrara casi cuarenta muertos durante la insurgencia contra el gobierno de De la Rúa [...]. En la mañana del 20 los bestias de la Federal cargaron [...] contra las Madres de Plaza de Mayo. No se salvaron ni las abogadas que [...] concurrían a los juzgados. Atropellaron, secuestraron, lastimaron, rebanaron dedos, todo [...] presagiaba una tarde sangrienta.
[...] El 20 de diciembre era jueves. Día de ronda y de pañuelos. [...] La Casa de las Madres [...] queda en Piedras 153, a pocas cuadras de la plaza. Esa calle, como tantas aquella tarde en Buenos Aires, se convirtió en batalla campal, tierra arrasada. [...] La consigna fue dejar entrar a todo fugitivo a los pasillos del edificio, y mientras en la esquina la montada cargaba una y otra vez, a la marchanta y contra lo que venga, [...] reventando gente a piacere, en la Casa nos abocábamos a una tarea primordial: ubicar sin demoras a tres hijos secuestrados por la policía. Eran un Julio, otro Julio y Wado.
[...] La maquinaria solidaria ya estaba funcionando en todas partes. [...] A última hora regresaron un compañero y otra de las Madres [...]. Traían buenas noticias: [...] Wado ya estaba en su casa. Lo había salvado un médico avisando que entró herido al hospital”.

Los recuerdos pertenecen a Marisa Sadi, nacida en Buenos Aires en 1957, estudiante de sociología de la UBA, donde militó en la JUP. En 1978 abandonó la facultad para escapar de la represión. Al finalizar la dictadura se convirtió en activa militante por los Derechos Humanos y realizó una investigación sobre la organización Montoneros, avalada por una universidad de Canadá.
En su libro incluye un artículo de Página 12, del 23 de diciembre de 2001, escrito por Miguel Bonasso, y transcribe fragmentos sobre el caso de Wado:

“El jueves último, efectivos de la seccional segunda de la Policía Federal golpearon, torturaron con picana eléctrica portátil, secuestraron, amenazaron de muerte y mantuvieron ilegalmente privado de su libertad al ciudadano Eduardo de Pedro, de 25 años. También ocultaron su arresto clandestino a la jueza federal María Servini de Cubría, que preguntó concretamente por el paradero del secuestrado en la comisaría segunda. [...]
Por suerte, de Pedro se salvó de un destino peor al sufrido gracias a un oportuno choque del patrullero que lo transportaba y a la actitud valiente de un médico del Hospital Argerich que alertó sobre su presencia en el establecimiento. También gracias a que tenía a sus espaldas al sindicato de empleados judiciales. [...]
Eduardo de Pedro (Wado, como lo llaman sus amigos) es un muchacho amable, de apariencia frágil, signado por un destino que se inicia en la dictadura y continúa en democracia. Su madre y su padre están desaparecidos. El padre, Enrique de Pedro, desapareció el 22 de abril de 1977 y la madre, Lucila Révora, el 11 de octubre de 1978. Estaba embarazada de nueve meses, por lo que se supone que Wado tiene un hermano o hermana posiblemente entregado a represores. Él mismo fue durante meses un bebé en cautiverio, hasta que unas tías, hermanas de su madre, lograron rescatarlo. Actualmente estudia abogacía, trabaja en la Unión de Empleados Judiciales y milita en la agrupación H.I.J.O. S.
Wado cuenta que estaba junto a la gente caminando por la diagonal cuando, en una carga de la caballería, un policía le arrebató el bolso. Él lo fue a reclamar y un policía le puso la Itaka en la sien, aconsejándole que se retirara. El fotógrafo Damián Neustadt arriesgó su vida para obtener una secuencia de fotos que muestran este hecho”.

 Bonasso cuenta que un policía amenazó de muerte a Wado si contaba lo sucedido. Continúa el artículo:

“Cuando Wado cometió el error de gritar ‘ ¡Soy de HIJOS!’ comenzaron a pegarle, lo torturaron con picana eléctrica portátil, etc. El patrullero que lo transportaba chocó porque el animal que lo manejaba se dio vuelta para seguir pegándole. La gente se arremolinó por el accidente. Una mujer se ofreció para atender al prisionero, porque era médica. Wado aprovechó para pedirle a los gritos que lo lleven en ambulancia a un hospital.
Ya en el Argerich el médico de guardia al ver las lesiones entendió enseguida lo que había pasado. El neurólogo que lo revisó después, ordenó a los policías que lo dejen solo y tuvo el coraje de avisar a los compañeros de Wado en el gremio de Judiciales. [...]
Al rato cayeron el Secretario General de Judiciales, el asesor del Defensor del Pueblo y un abogado del CELS. Los policías querían llevárselo pero había demasiada gente dispuesta a impedirlo. El hijo de desaparecidos volvía a vivir”.

Según Bonasso, el secretario del gremio se comunicó con Servini de Cubría para pedirle por Wado, ella se presentó en la comisaría segunda, pero se lo negaron. Antes le había ocurrido lo mismo a una abogada. En tanto, dos diputadas exigieron ver a los presos de la comisaría. Grande fue su sorpresa cuando encontraron preso al Defensor Adjunto de la Ciudad, quien también pidió por Wado porque había visto su bolso en el patio de la comisaría. El fotógrafo Damián Neustadt llamó a la Defensoría para denunciar lo que había fotografiado, lo que motivó otro hábeas corpus, a los cuatro que ya habían presentado amigos de Wado que vieron las escenas por televisión.
Wado continuaba en el Argerich sin saber nada de todo esto, hasta que un juez ordenó su liberación directamente del hospital a su casa, sin pasar por la comisaría. Un mes más tarde, en enero de 2002, Marisa Sadi se encontraba junto al Equipo de Antropología Forense. Dice:

“Por la pantalla de la PC desfilaban los datos. [...] Buscando información [...] apareció un nombre. Desconocido. [...] Empecé a tomar nota [...] Lucila Révora, ‘Ana’. Al ver el apodo me acordé de nuestra Ana. [...] El hijo de Ana tiene 25 años [...]. Ella venía del Frente Universitario. [...] El compañero era Enrique de Pedro [...]. ¿Enrique de Pedro no es el padre de Wado, el chico que secuestró y torturó la cana el mes pasado? [...] ¡Hey! El hijo de Enrique de Pedro... Enrique... ¡¡Quique!! ¡Quique, el marido de Ana!
Empezamos a revisar cuidadosamente cada dato. Lucila Révora era ‘mi’ Ana. Y ‘Wado’ – el digno representante que nos acompañó en el escenario de Ferro el 23 de marzo y a quien tanto buscamos el día de la represión el Plaza de Mayo – resultó ser aquel bebé que se había quedado sin comer y yo recordaba cuando ‘miraba a los pibes de H.I.J.O.S. de veintitrés, veinticuatro años pensando que alguno podía ser el hijo de Ana”.

"Lucila Adela Révora de de Pedro – así la recuerdan sus familiares y amigos en un memorial publicado en Mercedes en 1996, a 20 años del golpe – nació el 17 de septiembre de 1953. Le decían “la buenaza”, porque era dueña de una solidaridad envidiable. Egresó del Colegio Misericordia en 1971, siendo elegida mejor compañera. Luego comenzó psicología en la UBA. Militó en la JUP y realizó trabajos sociales en barrios humildes. Se casó con Enrique de Pedro y tuvieron a Eduardo (Wado). A Enrique lo asesinaron en 1977 a pocos meses de nacer su hijo. A pesar de la soledad y el dolor, Lucila continuó con su compromiso por una sociedad más justa.
La desaparecieron de su casa estando embarazada de su nueva pareja el 11 de octubre de 1978. Su familia presentó hábeas corpus, visitó hospitales, cementerios y reclamó ante Amnisty International, ONU y CONADEP. La respuesta fue el silencio".

Marisa Sadi aporta más información acerca de los últimos días de Lucila y de su desaparición, en su relato la sigue llamando Ana, su nombre de combatiente cuando pasó a la clandestinidad. Así habla del encuentro de Ana/Lucila con una amiga:

“Ana y Pupi eran muy amigas. Ambas se encontraban en octubre del 78 cursando embarazos avanzados. Cada una tenía además un niño pequeño. ‘El Pichu’ (así llamábamos en aquella época a Wado) era hijo de su primer compañero. [...] Posteriormente Ana formaría pareja con Carlos Fassano. [...] Al nivel orgánico de Ana [...] los encuentros entre militantes [...] por relaciones amistosas potenciaban la posibilidad de nuevas caídas. [...] Pupi y Ana tenían un pacto: habían acordado que si una caía, la sobreviviente se encargaría de cuidar al hijito de la otra.
Aquella tarde de octubre del 78 – el día anterior a la caída de Ana – las dos amigas se encontraron en una plaza de Buenos Aires. Mientras el Pichu y María jugaban en la arena ellas protagonizaban el último encuentro. Pupi guarda la última imagen de Ana yéndose, estaba atardeciendo, y recuerda que no querían desprenderse, no lo sabían a ciencia cierta pero intuían la despedida, estaban recorriendo los tramos decisivos del final [...]. Gracias a esos encuentros furtivos las tías recuperaron a Wado después de la caída de su madre. Fue Pupi [...] quien avisó enseguida a la familia, poniendo en marcha los mecanismos de la búsqueda. Después del aviso una de las hermanas se dirigió a la casa de Floresta, recogiendo indicios que ayudaron a recuperar al nene y confirmaron lo ocurrido en el operativo. De otro modo [...] Wado podría se hoy otro chico apropiado.
[...] Un montonero [...] enviaba a su hijito a un jardín de infantes ubicado a una cuadra del domicilio. El operativo fue tan descomunal que hasta se evacuó el colegio antes del mismo. [...] Logró reunirse con datos ciertos que sumados a los recogidos por la hermana de Ana en el lugar y al testimonio de vecinos y sobrevivientes del Olimpo, permitieron reconstruir el operativo.
[...] La dictadura y los medios de prensa de la época tergiversaban deliberadamente y en forma sistemática los hechos relacionados con la represión para [...] ocultar sus salvajadas. [...] De acuerdo al testimonio de varios sobrevivientes del Olimpo, la versión acabadamente falsa del enfrentamiento incluiría, además de los móviles habituales, otro motivo [...].
Hoy, [...] entrando al sitio de Internet ‘Foro de la verdad histórica’ (Debería llamarse ‘de la vergüenza’) ‘Boletín informativo causa menores N° 8’, los militares – bajo pretexto de demostrar que no existió el robo de bebés – siguen sosteniendo la falacia.
Allí, al referirse a ‘Lucila Révora, terrorista caída en sonado y sangriento combate’ se señala que ‘como resultado del enfrentamiento habrían habido tres muertos y un herido grave. Los muertos fueron Fassano, la Révora, y un oficial de policía por ella asesinado por la espalda; el herido grave es un oficial del ejército.’ El vergonzoso ‘Foro de la verdad histórica’ indica que se remite a la información aparecida en el diario La Nación, página 16, 6ta columna, del 12 de octubre de 1978 [...].
El artículo indica que [...] los efectivos se proponían detener ‘a un grupo de diez delincuentes subversivos que se encontraban en el departamento.’ [...] El cuento de los diez bien pudo ser un pretexto para justificar tamaño operativo, pero [...] de acuerdo al testimonio de los ex prisioneros de “El Olimpo” y a los datos recogidos en el lugar, [...] otra parece ser la verdad de la historia.
Los militares habían tomado conocimiento que en la casa de Floresta había una fuerte suma de dinero. [...] La repartija del botín no entraba en sus cálculos, ni siquiera con los propios camaradas [...].  [...] Dentro de chupadero se conoció la siguiente versión de los acontecimientos: del operativo en la casa propiamente dicha participaron seis tipos [Entre ellos el conocido represor llamado ‘el Turco Julián’]. Entran tirando [los tres primeros]. A la pareja la matan en el acto. Al nene lo encuentran en la bañadera. [...] Los tres que [...] se encontraban afuera tiran a los que ya estaban adentro de la vivienda. Uno muere y dos quedan heridos. Se estaban matando entre ellos para quedarse con la plata. [...]
Podemos citar también el testimonio judicial de [otro] ex prisionero [...] que publica en Internet la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos: ‘Julián le refiere durante su libertad vigilada que había fuertes disputas internas entre los grupos operativos para quedarse con el botín económico de los secuestrados. [...] Resulta por demás interesante el [...] relato que aportara [...] en sede judicial la vecina de Ana: ‘Siempre siguió viniendo personal uniformado, no sé qué buscaban pero estaban desesperados; llegaron incluso a decirme que me iban a levantar las alfombras de mi casa’.
Los que salieron vivos del centro clandestino cuentan que la pelea siguió [...] adentro: [...] en el Olimpo [...]. Este episodio [...] revela el grado de locura imperante el los pozos de la dictadura. Según declara el abogado Osvaldo Acosta [...] en el Juicio a las Juntas [...], a mediados del 78 se produce un enfrentamiento con montoneros. Al ingresar los efectivos del Olimpo encuentran una importante cantidad de dólares que cada uno de los oficiales se apresuró a guardar en sus [...] bolsillos. Acosta tomó conocimiento de la situación al escuchar el interrogatorio a un herido. Este interrogatorio duró muy poco: le preguntaban solamente por la cantidad de dinero que había en la casa. [...] El hombre, torturado y herido, [...] confesó que en el interior había una suma de 150.000 dólares.
Eso generó una tremenda disputa entre los oficiales, algunos se fueron a las manos, otros exhibieron armas y se armó un gran escándalo, amenazando varios con denunciar a sus superiores [...]”.

En junio de 1977, luego de la caída de su esposo Enrique de Pedro, una amiga exiliada le ofreció a Lucila salir del país. Ella le respondió con la siguiente carta:

“A Quique lo mataron, como ustedes ya se enteraron, para mí es tremendo, no lo puedo soportar, era el hombre más hermoso que existe, como pareja era dulce, cariñoso, alegre y triste, habíamos comenzado a formar una familia en serio, cosa que nos era difícil, pues siempre es más fácil ser una pareja de compañeros con un hijo que ser una familia montonera, y en eso andábamos, éramos muy queridos por la gente del barrio donde vivíamos. Con el Pichu era hermosísimo, lo cuidaba, lo bañaba, le daba de comer y jugaba todo el tiempo con él, el Pichu lo oía llegar y ya se empezaba a reír. Y como compañero y jefe era justo, humano, flexible, muy reflexivo y con una capacidad muy grande para amar al pueblo, a los compañeros de trabajo, a los vecinos, a todos los que conocía y no conocía. Creo que no se puede expresar aquí lo que era, uds. Lo conocieron, pero creo que en este último año, superó muchísimas cosas, y se convirtió en un ejemplo de marido, padre, compañero y jefe.
Mi objetivo es que el Pichu viva en un sistema socialista, sin alienación, yo estoy aquí por él y por todos los demás Pichus de la tierra, no creas que es inconciencia o inmadurez, en estos momentos no es joda, y cada uno de nosotros vive pensando en todo, la muerte, el costo, si vale la pena o no, si después será mejor, etc.
Yo quiero vivir, y espero vivir muchos años, sobre todo por el Pichu, para darle todo el amor que siento por él, y enseñarle cómo era su padre, y cuánto lo quería, si no estuviera él, no sé si me importaría tanto vivir, seguro que no, porque con Quique se fue toda mi vida, sólo vivo del recuerdo hermoso de dos años de amor, y sólo pienso que está enterrado, que no ve, no ama, no odia, no piensa, que ya no es. Sólo vive en mí, en los compañeros y en la gente que lo quería. Pero él, toda esa fuerza que era su vida está muerta. Tengo muchísimos deseos de poder creer en Dios, para por lo menos consolarme y pensar que ahora es espíritu, pero no creo, y la realidad es más tremenda que cualquier ilusión.
Lo peor no es el que se queda, sino el que se va, ‘al que lo van’, que hasta el 21 de abril a las 17.30 era vida, y a partir de ahí no es.
El Pichu al principio se puso mal, lloraba y estaba triste, un poco porque me veía a mí, y otro poco porque lo extrañaba, oía un silbido y miraba ansioso para ver si era el viejo, y cuando reconocía otra cosa se ponía mal.
Ya le han salido dos dientes y dice papá todo el día, es hermoso y buenísimo, es igual a Quique. Vive comiendo y durmiendo, el 11 cumplió 7 meses y pesa 10 kgs.
Me dijo Lidia que les mandó una foto. Espero poder criarlo yo, y bien, como queríamos con Quique, sólo que ahora me parece todo más difícil al tener que hacerlo sola.
Silvia, yo no me voy, porque le debo mucho a nuestros muertos. Quique, Mingo, Jaimito, Carlitos Agosti, y miles de compañeros caídos, cada minuto mío es de ellos, y de los que vendrán, y de los que hoy pasan hambre”.

“Había que estar ahí – continúa el relato de Virginia Sadi – el 20 de diciembre, buscando a Wado [...], sin saberlo el hijo de una compañera perdida hace un cuarto de siglo, mientras [...] abajo, en esas calles [...] donde se dio la verdadera batalla el día de la insurrección, seguían matando y secuestrando pibes con gusto, con fervor, eufóricos. Había que verlos – réplicas de entonces – cuando bajaron esos cuatro de un coche particular, jóvenes, con jeans y zapatillas; cuando el que manejaba clavó los frenos justito en la puerta del edifico y con la misma rapidez y el mismo ímpetu de otras épocas se mandaron apuntando sus tremendas metralletas hacia la Casa donde nuestros compañeros les arrebataban las presas dando refugio a tanto perseguido. Había que ver desde arriba cómo apuntaban los fierros para tirar, todo en un abrir y cerrar de ojos. [...] 
Colgar en el balcón cualquier cartel de esos que llevamos a las marchas, de tela, improvisadamente ‘para que sepan que ésta es la casa de las viejas’. [...] La frase soltada justo a tiempo desde el primer piso: ‘¡somos las Madres!”. Verlos clavar los talones una fracción de segundo antes del desastre, mirar hacia arriba los cuatro al mismo tiempo registrando el cartel y midiendo consecuencias. [...] Observarlos volver sobre los pasos, la patota... subirse al coche operativo y rajar. [...] Certificar que todavía están ahí, inconfundibles, con otras caras, las mismas pilchas, [...] transportados al presente [...]; anotando, aguardando agazapados por activar otra maquinaria, la de picar carne, [...] tal cual antaño.
[...] Mientras rastreábamos a un hijo de desaparecidos desaparecido en democracia, ignorando que buscando a Wado buscábamos al ‘Pichu’ [...], al hijo de Lu, de Ana, aquel gordito que se había quedado sin morfar. Y hubo que estar también, [...] frente a frente con el pibe, en una cita acordada sin urgencias, postergada varias veces [...]. Supe que tuvo una muy buena infancia, en Mercedes, con sus tías. Que le contaron, claro, pero hasta los diecinueve sus viejos estaban desaparecidos: ‘de los montoneros nada’.
Que entonces se mandó, solito, a la casa de Floresta donde cayó su madre. ‘Y toqué el timbre al lado. Y salió una chica de unos veintinueve años; le dije que estaba averiguando por un operativo [...]. Y la piba empezó a gritar llamando al resto de la familia [...] “¡Vengan, vengan, el Pichu, el Pichu, el hijo de Mirta, el hijo de Mirta!” “¿Yo? No, no.” “Perdón, hay un error ¿Mirta? ¿El Pichu? ¿Qué Pichu?”
Era escucharlo y evocar. Las compañeras lidiando con los pibes, las panzas, los vaivenes de la militancia, clandestinas, la humanidad del militante, esa suerte de amor hacia lo humano de manera universal reflejada en todos los planos de la vida. La calidez, los más queribles del barrio [...] la relación con los vecinos, [...] auténticos vínculos, afectos genuinos. [...] Se fueron... pero nos dejaron a todos, de un modo u otro, la marca [...].
Wado me contó su ingreso a HIJOS. La decisión de ver a los sobrevivientes del Olimpo, testimonios cruciales acerca de su madre [...] Poco y nada pude aportarle yo [...]; el nombre ‘Ana’, por ejemplo; ese no lo tenía. Pero el resto era historia conocida. Para mí, en cambio, esa charla sería [...] una contribución decisiva a la hora de cerrar historias”.

Finalmente, Eduardo de Pedro, Wado, el hijo de Ana o Lucila Révora y de Quique de Pedro, el que una vez se quedó un día entero sin comer, el que se salvó de ser un niño más apropiado por represores, el que fue secuestrado y torturado por la federal en diciembre de 2001, el que no pudo vivir – como quería su madre – en un sistema socialista, nos habla de sus padres:

“Mi viejo vivía en capital y mi mamá nació acá en Mercedes. Mis dos viejos eran de Montoneros y mi vieja era la responsable de la JUP de Psicología y de Filosofía. Después se metió en la estructura de la organización, y era la coordinadora de Capital. La militancia política no tenía nada que ver con la militancia política tradicional, de partido político, unidad básica y comité. Era una militancia más con el cuerpo, una militancia más comprometida en un proyecto más a largo plazo. Era una militancia... se puede decir integral.
Mis viejos eran gente muy convencida, con mucha ética, con mucha honestidad. Dos personas jugadas, muy comprometidos, íntegros. Ellos pelearon en contra de la dictadura por nosotros; así que para mí son héroes, me generan muchas ganas de ser parecido a ellos. Son una muy buena guía, una estrellita para ver”. 



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