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miércoles, 9 de febrero de 2011

Poemas, cuentos y canciones de ayer y de hoy



Extraído del libro “Aquellas semillas rojas”, docentes y alumnos del Instituto Santa María, Mercedes (B), Jóvenes y Memoria 2009.

Los siguientes son poemas y cuentos hallados en el archivo del diario El Oeste del año 1975 y en la revista La Colombina del 24 de marzo de 2006. Ellos nos muestran diferentes miradas: por un lado la de escritores que vivieron la década del 70 siendo jóvenes o adultos; y por otro la de quienes vivieron esa época siendo niños, y la recuerdan treinta años después. También se incorpora un recitado por milonga compuesto recientemente por un folklorista mercedino.


“Bárbara”

Bárbara tenía la sangre escarlata. Yo la vi volver un día, después de un mitin clandestino en el sótano de un viejo cine de barrio. Era por el mes de mayo de 1970 y hacía poco la había escuchado hablar de un ex presidente con un amigo que venía de Rosario. También habló de secuestros y muertes. Y sangraba su frente.
Bárbara me mostró los pájaros. Me dijo: “¿Ves? Son patos. Se sabe porque vuelan en formación, como una V, ¿viste? Pero hay mucha diferencia con estos otros patos, que si no te formás te borran. Esos, me dijo señalando el cielo, esos son libres.”
Bárbara volvía de Trelew un par de años después. Había corrido por su vida abandonando por el camino material comprometedor. Un compañero la había amonestado por eso. Y ella lo mandó de vuelta al lugar de donde todos hemos salido y declaró, para quién quisiera oírla: “Si aquí valen más las cabezas de algunos, si no es mi vida un valor importante para esta lucha, entonces estoy en el lugar equivocado.”
Después siguió una violenta época de crisis. Regresó el General, amparado en la figura del Tío, envuelto en una nube de conflictos y parecía que los problemas se terminaban.
Bárbara optó por la acción, como siempre lo había hecho, y se fue a Tucumán. Renegaba contra todo lo que sucedía, no se tragaba la fábula del indulto y repetía siempre: “Es el perro que no ladra el que seguro te muerde”. Supimos que estaba herida en un hospital clandestino. Supimos que se recuperó y que después se fue a Bolivia.
“Soldado que huye sirve para otra guerra” me escribió desde allá. “Igual que el Comandante, que en paz descanse, yo voy a seguir luchando para que no te hagan formar como pato”.
El General volvió en persona. Muchos pagaron un precio muy alto por eso. El General era un perro que no ladraba, Bárbara lo supo siempre. Después, nadie se preocupó por saber si el General había muerto como él quería, con las botas puestas. Lo cierto es que murió igual y dicen los que la vieron que Bárbara lloró.
En 1975, una muñequita vestida de apellido, inútil títere de los buitres que sobrevolaban la Casa Rosada, mandó acabar con el problema tucumano. Y entonces, realmente empezaron los problemas. Bárbara ya no pudo volver a Bolivia.
Nosotros comenzamos a vivir con el miedo constante, algunos vivían el festejo constante, la plata dulce. Había que cuidar lo que se decía y a quien.
Bárbara regresó a Buenos Aires a mediados de 1979. Venía a “levantar todo por los aires”, me dijo. Había aprendido a fabricar explosivos. Un día de septiembre la casa del economista voló. Pero el tipo se salvó y Bárbara ya no fue la misma. Los compañeros venían a buscarla, la llamaban. Ella no los escuchó.
Comprendió que había otras maneras de luchar y ya estaba cansada. La edad le pesaba en los hombros, la sangre le repugnaba. Bárbara, entonces, marchó con las Madres. Sin arrepentirse de nada, abandonó las armas justo cuando yo debí tomarlas.
Era una guerra cruel, el sinsentido. Hacía frío, teníamos miedo. Yo sabía que no eran estos hombres los verdaderos enemigos, altamente entrenados, hablando inglés culto, protegidos del frío y preparados para el combate con la mejor tecnología. Pero no me quedó más que obedecer.
Peleamos como ratas contra unas bestias que fueron invencibles.
Desde un bote salvavidas vimos hundirse la vida de muchos amigos. El Crucero General Belgrano se tragó nuestras últimas esperanzas. Yo sólo quería que terminara pronto.
Bárbara me esperó con una guitarra, en una pequeña tarjeta decía: “Los patos mandones se fueron para siempre. Ahora te toca a vos”.
Pero yo nunca regresé.

Celina Di Paolo, La Colombina, 24 de marzo de 2006,Mercedes (B).


“Brindis”

Advertí movimientos abruptos al otro lado de mi capullo, ecos acuosos de gritos ahogados, temerosos y suplicantes; era aquella voz conocida y que siempre me había acompañado, sólo que ahora la rodeaban sombras, que se proyectaban contra la pared rosada y se movían amenazantes. Me vi obligado a salir, empujado al mismo tiempo por ese ambiente cálido y acogedor que me había cobijado desde tiempos inmemoriales. Y una fuerza desconocida me sostuvo y me recibió con una frialdad desgarradora. Grité y lloré frente al asalto del mundo exterior y su desolación; la voz se amplificó en un llanto que se mezcló con el mío y sentí su cercanía necesaria, vibrante, que brillaba con luz propia sobre mis párpados cerrados.
Pero otras voces intentaron acallarla, llegaban desde las sombras que se movían en la oscuridad envolvente, y hubo una batalla de voces, desigual e injusta. El dolor de la separación me llevó a clamar con todas mis fuerzas, mientras me alejaban de aquella voz, y su luz se apagaba tras la cortina en tinieblas. Grité mi desasosiego hasta quedar dormido y cuando desperté, acosado por un vacío interior, vi el mundo a través de un vidrio, borroso y desdibujado, al igual que otros como yo en la misma habitación, cada uno desde su propia campana de cristal.
Hoy, después de treinta años de anestesia, cierro un ojo y veo con toda claridad a través de la copa que sostengo en mi mano, a las dos personas que me buscaron hasta encontrarme y han sido los guardianes de mi verdadera historia. Y en este brindis con mis abuelos, vuelvo a nacer al hombre que debería haber sido, alumbrado por una nueva luz, diáfana y esclarecedora, la luz de la verdad.
La verdad está en todas las cosas, en todas partes, pugnando por aflorar. No hay desapariciones del pasado que puedan borrarla, no hay mantos de sospecha que puedan taparla. La verdad siempre encuentra una salida, como una rata desesperada escapando a las aguas del naufragio, el naufragio de una sociedad, que como una nave de ladrillos, se hunde al querer flotar sobre las aguas del olvido. Exclamaré mi verdad a los cuatro vientos, para llenar ese olvido con mi voz, y tal vez la nave pueda navegar hacia el futuro, pero de ahora en más, con la memoria intacta.

Eduardo Scioli, La Colombina, 24 de marzo de 2006, Mercedes (B).

El autor no es hijo de desaparecidos, ni tiene parientes o amigos que hayan corrido esa suerte. Este cuento surge de la premisa básica de que para entender el sufrimiento de los demás, es necesario hacer el intento de caminar con los zapatos ajenos, en este caso y salvando las distancias, desde la posibilidad que nos brinda la ficción literaria.


“Estarán siempre” (Recitado por milonga)

Difícil de resolver,
posiciones encontradas
que no solucionaron nada,
pero nos hicieron ver
que era otro el parecer,
distinta filosofía
mostrada en el día a día,
en el andar cotidiano,
un sentirse más hermano,
otra forma, otra teoría.
Por eso se los llevaron
nadie sabe bien a dónde,
taparon como corresponde,
porque limpio nunca actuaron,
y después se preocuparon
por cambiar la información,
distorsionar la noción
que se tenía de las cosas,
dejando en la nebulosa
enigmas sin solución.
Mientras tanto los que van
esperando su regreso
no se conforman con eso,
quieren saber dónde están,
en qué cosmos habitarán
o qué fue de su destino,
si su mundo es peregrino,
qué estrella les dará luz,
o están cargando su cruz
por defender lo argentino.
Los que sus hijos dejaron
por mantener ideales,
por acabar con los males
que siempre nos implantaron,
y al no estar más se llevaron
tras ese obstinado empeño,
el de no tener más dueño
y ser libres algún día
de la injusta tiranía
que nos frustró tantos sueños.
Si en algo se equivocaron,
errores hubo, seguro,
al buscar un mundo puro
alto precio el que pagaron,
pero no todos erraron
en busca de la justicia,
demostrando con pericia
su lealtad con el deber
en un limpio proceder
que no concedió franquicia.
Siempre están, nunca se han ido,
van pisando nuestras calles,
tal vez la memoria falle
pero no serán olvido,
están desaparecidos
pero un día volverán,
su senda retomarán
quizá con otra figura
o con otra encarnadura,
las cuentas se saldarán.

Letra y música: “Tito” Sanguinetti, Mercedes (B), 24-03-08.